30/4/15

Historia 29. Gett: El divorcio de Viviane Amsalem


EL GÉNERO INVISIBLE

Que no. Que esto  mío no es ni una pataleta ni berrinche,  es más bien un desahogo. No soy capaz de pontificar pero me asfixio ante algunas cosas y una necesita, por prescripción facultativa, poner palabras al desatino por ver si se hace más llevadero. A este estado he llegado después de ver Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Los hermanos Elkabetz, Ronit y Shlomi, nos cuentan la historia de un divorcio en el Israel de hoy día donde el divorcio civil no existe todavía. Viviane desea conseguir el divorcio y debe hacerlo ante un Tribunal Rabínico. Éste se hará posible únicamente si su marido se lo concede.   ¿Elisha, el marido, quiere? Pues no, se niega y el proceso se alarga en el tiempo dando lugar a situaciones injustas, absurdas y carentes del sentido común deseable.

Justicia y religión no hacen buena pareja, también aquí es deseable el divorcio, deben estar a una prudente distancia la una de la otra para que no se hagan daño. Con demasiada frecuencia saltan chispas cuando hay un cruce. A la primera se le pide que  invoque  valores universales, comúnmente aceptados, mientras que la segunda apela a la fe, al mundo de las creencias. Con esos presupuestos básicos el entendimiento es a menudo difícil. Si a esto añadimos un ingrediente como es el machismo,  presente en la inmensa mayoría de las sociedades, llegaremos a situaciones irracionales. Y qué empecinamiento. ¿Pero hay alguien que pueda creer en un dios misericordioso y justo, sea el que sea, que ponga a la mitad de su creación debajo de la suela de la otra mitad? No sería ésta la decisión de un ser bondadoso y divino, seguro.  Bueno, ahí lo dejo porque por este camino voy a acabar por decir tonterías mayores.  ¡Menuda suerte la de nacer y vivir en este cachito de mundo con valores occidentales!

El divorcio de Viviane, los Elkabetz nos lo han contando arriesgando para acertar. Con gran sencillez, que no simplicidad, eligen un espacio casi único, la sala del tribunal, y un puñado reducido de personajes para narrar la historia. Es más una puesta en escena teatral que cinematográfica, y de esta forma, nuestra atención está puesta en  qué tienen que decir los personajes, y en el cómo.  Nada nos distrae de la tragicomedia que se desarrolla ante nuestros ojos.  El desnudo  espacio vacío, la sala del tribunal, contribuye a ello y a la par que se deteriora con el paso del tiempo, de igual forma, se desgantan los personajes.  Lejos de decaer el interés, te involucras en la situación sin salida de la cual eres testigo. Una encerrona dogmática y legislativa en la que te asfixias con los personajes. Todo contribuye a ello, el espacio permanente, las posiciones inalterables, los argumentos inflexibles. Los testigos (naturales, chispeantes, tramposos, imprevisibles) que intervienen apoyando una u otra causa abren puertas y ventanas en el proceso equilibrando el tono y aportando más datos de los que cuentan.

Me gusta que no sea una historia de buenos y malos. Aunque empatices más o menos con uno de los cónyuges, entiendes los deseos, convicciones, miedos, valores, que llevan a cada uno a posicionarse.  Por encima de ellos,  el sistema que genera situaciones absurdamente injustas.

Dos momentazos, dos intervenciones de Viviane, dos desfogues verbales ante la incomprensión de la que está siendo objeto. Dramáticos por su contenido y maravillosamente interpretados por Ronit Elkabetz.

La frase. Una interjección pronunciada por uno de los jueces ante una intervención de ella: ¡No te pases de la raya, mujer! En ese genérico categórico está condensado todo un mundo de valores.  Y ella sólo quiere que la escuchen, no ser invisible.

         

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