14/5/15

Propensión a lo trágico


PROPENSIÓN A LO TRÁGICO
No tiene esa intención y es lógico que así sea, pero veo esta foto y no puedo dejar de apreciar  cualidades artísticas, si se me permite el atrevimiento de aunar preocupaciones artísticas y temas sangrantes. Composición, color, luz, expresividad… Pero al tema, aspecto aquí fundamental, tanto en Daniel Berehulak, el flamante ganador del Pulitzer 2015 de fotografía de reportaje, como en una abrumadora mayoría de ganadores de otros años, siempre capta instantes intensos, elocuentes, impactantes, dramáticos. Kappa decía que si la foto no es buena es porque no estás lo suficientemente cerca, es decir, hay que estar allí y mirar como miran ellos.  Hay que poseer un grandísimo olfato para captar ese instante que exprese y cuente el impacto que recibe el fotógrafo.

Cualquiera de estas fotos es fabulosa y brinda la posibilidad de mirar por un ventanuco y ver una realidad que deja el estómago encogido. En la mayoría de los casos, aparece un mundo convulso, crispado, violento, problemático. Claro, pienso inmediatamente, son  premios a un reportaje fotográfico, poseen un componente periodístico, informativo, documental más que evidente y ¡el mundo está tan puñetero!

Lo está. Lo ha estado y seguramente lo seguirá estando, pero no puedo alejar de la cabeza la idea de que la tragedia nos llega de forma directa, impactante y vende más. Mayoritariamente el drama, la catástrofe y el sufrimiento, tanto en versión escrita como gráfica, es muy noticiable. Bueno, siempre hay huequecitos para las buenas nuevas, pero o son pocas o no nos las cuentan pensando que no nos interesan. Me niego a creer  que por el mundo no suceden acontecimientos felices, de esos que pintan una sonrisa en la cara. No. Me inclino más bien a  creer que tenemos una tara de serie, una propensión enfermiza a interesarnos especialmente por lo dramático. Primero quedamos impactados ante la desgracia, luego nos solidarizamos (incluso puede que lleguemos a algún acto práctico) para luego respirar aliviados y olvidar el asunto.

Somos seres adictos al sentimiento con tintes melodramáticos, como poco, a experimentar el fogonazo de una emoción fuerte. Nuestra parte emocional siempre quiere más y la vida cotidiana nos proporciona seguridad y tedio a partes iguales y poco más. Así que ¿por qué no sentir en la piel de los demás? Sentimiento de segunda mano, de saldo,  pero muy cómodo, sin riesgos, aunque emoción al fin y al cabo. Nuestra parte más animal, aquella que siente sin reservas, que quiere más y más emoción, que se seca si no recibe la savia de una agitación emocional, proclama sin palabras nuestra adicción al arrobamiento, al escalofrío turbador, al gesto conmovedor, a la sacudida vibrante, y más todavía si el impacto es trágico. Como si de un chicle de fresa ácida se tratara, masticamos sacando toda la intensidad, exprimiendo el último regusto, dando satisfacción a nuestras papilas gustativas, sabedores de que el momento es breve. Y bueno, mañana vibraremos con una dosis más de fresa salvaje, hierbabuena selvática o menta azul ¿azul? Si claro que el estremecimiento también puede ser imaginativo.




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