11/12/16

Historia 44. La España vacía

Libro
Esa geografía que poco a poco olvidamos

Mi familia es breve y casi totalmente urbanita. Y digo casi puesto que aquellos abuelos de nacimiento aldeano dejaron pronto el pueblo y no hubo nunca referencia rural a la que acudir como lugar de raíz honda y marcada. No había casa rural de referencia ni parientes a los que visitar, así que todas mis relaciones geográficas siempre han estado contenidas en la capital de provincias que habito. Quizá por ello, por esa falta de referente campero y montaraz, que a buen seguro tenían la casi totalidad de los coetáneos de mi padre, o tal vez por que el monte encajaba perfectamente con su carácter, él suplió su falta de referente campesino empleando todo su tiempo libre en diseccionar, patear y empaparse de su región, que fue para él su espacio vital permanente. Con mi padre, de forma concienzuda por su parte y un tanto distraída por la mía, fui tomando contacto con mi región, centrándome y disfrutando de algunos lugares y resistiendo a otros que por algún raro capricho llegaban de manera especial a su carácter y ni arañaban la patína de mi interés infantojuvenil.

Curiosamente, o tal vez no, quizá sea la fatalidad que acaba por atraer a los elementos lejanos pero de alguna manera relacionados, coincidentes, emprendí la lectura de La España vacía de Sergio del Molino. Pensé que el aroma de la literatura de viajes entreverada con el ensayo podía ser una lectura con un gancho especial para mi forma anárquica de elegir lecturas y temas. Además, el espacio físico que Sergio del Molino propone es el de la España interior, esa Meseta y aledaños que todo ciudadano ibérico con carnet de conducir ha pisado en algún momento. Y avanzando entre las hojas del itinerario personalísimo de Sergio me he dado cuenta que sin tener una experiencia de primera mano si que poseo un recuerdo familiar en el que me reconozco además de poder añadir un
ingrediente afectivo importante.

A una distancia muy asequible para las excursiones domingueras, se encuentra un pantano que tragó con voracidad imparable a un buen puñado de pueblos que se asentaron en las orilla del río que les dio su razón de ser y se convirtió en causa de muerte. Bajo las aguas del pantano quedaron sumergidos algunos mientras que otros, al borde del pantano, se convirtieron en pueblos fantasmas al desaparecer las tierras que le daban su razón de ser. Junto con mi familia, estuve disfrutando de baños festivos durante muchos años de mi infancia y primera juventud, en las orillas de ese mar interior que dio la vida aguas abajo mientras que fue una losa mortal para la zona en la que se creó. A él se asomaba uno de esos pueblecitos fantasmas. Intacto y muerto. Como salido de una leyenda, mi padre me invitaba a jugar a imaginar quién habría vivido en aquel lugar; por qué nadie echaba de menos su antigua casa y se decidía a volver a la casa que un día fue; cómo es posible que un espacio físico se cargue de tanto recuerdo, fatigas y esperanzas para volver a hundirse en la nada. Yo me quedaba con la parte de ensoñación, con esa imaginación creativa que no duele porque no es vivida si no pensada, recreada y por ello gratificante. La lectura de La España vacía ha rescatado para mí un pueblo vacío que tangencialmente forma parte de mis recuerdos familiares.

Pero esta vuelta atrás personal no es mas que una derivada que había casi perdido y que gracias al libro he rescatado y contextualizado en un marco que forma parte del pasado inmediato de mi país. Y esquinando esa lectura personal, me interrogo sobre la cantidad inmensa de lectores que tendrán una historia en carne viva que contar al acercarse al libro !Cuántas historias personales habrá logrado rescatar y recrear Sergio del Molino con este libro! La suya personal, la que desgrana a lo largo del libro es de primerísima mano. Su relación es íntima al conocer poblaciones despobladas, al haberlas recorrido y al haber leído y haberse documentado sobre los que otros antes de él pensaron y anduvieron en estos lugares. Las miradas son múltiples. Sergio nos habla de lo que supuso y supone el gran despoblamiento del centro peninsular rural en beneficio de las grandes ciudades. Dedica una gran parte a toda la mitología que se ha ido formando sobre esta tierras despobladas, sobre la mirada de periodistas y escritores a su paisaje (Unamuno, Machado, Azorín, Becquer, Julio Llamazares), sobre la ideología, los valores de una tierra orgullosamente rural, para también ocuparse de cómo la música, la literatura o el cine van ocupándose de rescatar del olvido el inmediato pasado de un grandísima parte de nuestra población. Una libro muy, pero que muy lleno.



Una de las últimas frase que dice Sergio del Molino es como una sentencia terrible pero en la que no se recrea, simplemente constata lo evidente "La España de la que proceden millones de españoles ya no existe". No soy emigrante pero si algún día decido mudar creó que tendré donde volver. Mi pasado tiene una geografía reconocible donde ha enraido y pero además me considero más ciudadana del mundo que de un lugar concreto . No obstante, soy capaz de imaginar el pellizco que se tiene que sentirse al saber que no habrá un paisaje que ayude a la memoria visual a reencontrarse, ni un olor endémico que ayude a reconocerse y a anclarse con las pies en su suelo. Puede que sea mejor avanzar siempre en línea recta sin posibilidad de itinerarios concéntricos, o puede que para seguir recto haya que cerrar algunos círculos. Vaya usted a saber.  

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